La soledad se ha convertido en la condición definitoria del siglo XXI. Daña nuestra salud, nuestra riqueza y nuestra felicidad e incluso amenaza nuestra democracia. Nunca hasta ahora ha sido tan omnipresente o generalizada, pero tampoco nunca hasta ahora hemos tenido tanto a nuestro alcance para poder hacer algo al respecto.Antes incluso de que la pandemia mundial introdujera el concepto de «distanciamiento social», el tejido de la comunidad se estaba desmoronando y nuestras relaciones personales estaban amenazadas. Y la tecnología no era la única culpable. Igual de culpables son el desmantelamiento de las instituciones cívicas, la reorganización radical del lugar de trabajo, la migración masiva a las ciudades y décadas de políticas neoliberales que han colocado el interés propio por encima del bien colectivo.