“La lectura de estas páginas nos pone en contacto con la sacralidad del arte. Ante las piedras de Venecia, enfrentado a semejante exuberancia de belleza, Ruskin fue capaz de superar el síndrome de Stendhal para destilar, a partir de ese desmesurado goce artístico, una de las mejores obras de estética que se hayan escrito.